Mediodía de viernes en Madrid. Calor
sofocante y una mujer de casi 30 años, maleta en mano y mochila al
hombro que espera en un portal.
Coche rojo que se acerca, mujer de 29
al volante, gafas de sol, sonrisa plena y un maletero lleno de
ingredientes.
Minutos más tarde, coche granate con golpe reciente, mujer de
más de 30 al volante, maleta y dos cd's en el bolso.
Ya sabrán, o al
menos se imaginarán, de quien les estoy hablando. Somos las tres
cocineras aventureras, ahora dispuestas a lanzarnos a las carreteras
españolas y darle un toque más internacional a nuestras clases.
Primer destino: Nanclares de Gamboa,
Alava, País Vasco.
Nuestro GPS nos marca el rumbo y allá partimos
siempre sonrientes, optimistas, atrevidas y especialmente
charlatanas. Pregunto si llevamos registros de los kilómetros
recorridos juntas, nadie lo sabe, aunque lo que no dudamos es que han
sido unos cuantos y mucho más aún los que nos quedan por andar.
El
viaje es ameno, con parada estratégica (idas al baño que no pueden
esperar), paisajes variados y un túnel que al finalizar nos deja de
lleno en el norte español (verde, nubes grises, bajas temperaturas y
pueblitos de ensueño).
Llegamos a nuestro destino, una antigua
iglesia reformada y convertida en el hogar de los tíos de Susana.
Que decirles del recibimiento, la atención, la generosidad y la
alegría de nuestros anfitriones: el Tío Carlos y la Tía Paz, y sus
hijos Iñigo y Ana. Nos sentimos como en casa desde el primer
momento. Nos abrieron las puertas de un lugar mágico, lleno de encanto. Una isla en un mar verde, al cobijo de un inmenso pantano.
Tras las presentaciones de rigor, nos
instalamos en la antigua sacristía que sería nuestro refugio
durante el fin de semana. Me toco dormir con Sandra, aunque la
segunda noche unimos camas y estos tres angelitos reposamos juntas
cual bellas durmientes.
No hubo tiempo para mucho mas ya que
nos esperaba una noche de velada cultural en Vitoria. Hacía allá
nos fuimos. Estuvimos en el museo Artium viendo una exposición
interesantísima y disfrutando luego de unas copitas de buen vino y
una charla muy agradable a la que se nos unieron el Tío Alfonso y su
simpatiquísima novia Maria ( además fueron nuestros compañeros de
sacristía ja,ja,ja).
La charla, los vinitos y algún que otro pincho
se prolongaron hasta casi la medianoche cuando estas aventureras
decidimos abandonar el barco y dejar que nuestros mayores se
divirtieran.
El sábado amanecimos temprano ya que
nos esperaba una verdadera lección de panadería a cargo de Carlos.
Aquí me permitiré hacer un breve comentario acerca de nuestro
anfitrión y maestro. Un tipo multifacético, un artista de raza,
amante del tango y con una creatividad y sabiduría que trate de
absorber durante todo el fin de semana. Una de esas personas de
carácter, con un corazón generoso, siempre con ganas de hacer,
aprender y compartir con otros ese saber. Me recordó mucho a mi
padre, y no pude evitar sentir nostalgia en algunos momentos: cuando
hablamos de mi tierra, del tango, del mate, de la ricota y de tantas
cosas que tenemos en común más allá de los miles de kilómetros y
años de historia que nos separan.
Y volviendo a lo que nos ocupa (aunque
cocinar no fue lo que hicimos este finde principalmente ja,ja,ja). Contarles que Carlos nos enseño a preparar bizcocho ( hicimos 4, ya
que éramos familia numerosa) y luego pan casero.
Hablamos sobre
distintos tipos de harinas, estuve ojeando un libro muy interesante
sobre panadería europea (Hecho a mano de
Dan Lepard), y mientras la
batidora iba mezclando, nosotros hablábamos además de la vida,
recibíamos consejos de nuestros mayores, y pululábamos cual moscas
de acá para allá, a veces molestando más que colaborando. He
descubierto que Su y Sandra son alumnas algo dispersas,ja,ja,ja!
Y cuando llego la hora de que la masa
reposara nos fuimos a Vitoria a pasear un poco y a buscar a quien
sería nuestra invitada de lujo: la Abuela Charo. Al conocerla,
conozco más a mi amiga Susana, su historia, sus raíces. Y eso me
pasa siempre que conozco a las familias de mis amigos, y comprendo
porque son seres tan especiales: vienen de familias hermosas y
generosas. La Abuela Charo nos enseño su casa, nos contó de su vida
y fue la mejor compañía que podíamos desear para un sábado ya
gris y lluvioso.
Volvimos a casa animadas y listas para
hacer nuestra
barbacoa. El primer problema se planteo cuando
descubrimos que no había pastillas para encender el fuego (cosa que
a mí no me preocupo demasiado ya que en la Argentina nunca las había
utilizado y barbacoas es lo que más he comido en mi vida ja,ja,ja).
El desafío lo encararon muy valientemente Susana y Tío Alfonso ante
la atenta mirada de Carlos, Sandra y mía. Tras varios intentos
fallidos, una pequeña rencilla (Su abandonaba el barco para
instalarse por un rato en el sofá con el resto de las
mujeres,ja,ja,ja) y muchas risas, los dichosos carbones decidieron
encenderse y comenzar a arder.
Mientras esperábamos que las brasas se
fueran haciendo, nos pusimos con Sandra a preparar unas deliciosas
ensaladas de tomates, cebolletas y lechugas recogidas en el momento
de la huerta.
Pusimos la mesa, sacamos la carne (muy buena calidad y
muy bien de precio), y ya calmadas las aguas, se dirigió nuestra Su
a la parrilla, adueñándose del lugar y haciéndose con el control
de la misma. Unas buenas copas de vino, minutos junto al fuego, un
paisaje soberbio, alguna que otra lluvia, paciencia de asador y el
resultado no pudo ser mejor: una mesa grande, gente querida, buena
carne, un delicioso y calentito
pan casero y un almuerzo memorable.
Tras la sobremesa (cargada de
historias, un libro centenario de recetas de un antepasado, juegos de
ingenio y demás) vino la merecida siesta. Estos cuerpos necesitaban
un reposo tras semejante maratón ja,ja,ja,ja,ja.
Por la noche Carlos nos deleito con
unas riquísimas pizzas caseras (decirles aquí que fui la única que
estuvo atenta a la preparación de las mismas, ya que mis compañeras
fueron atrapadas por las garras de un “relajante” videojuego
ja,ja,ja). La masa ( a la cual curiosamente le agrego una pizca de
azúcar, aquí se ve que es muy común hacerlo) quedó muy fina y
crujiente. A una de las pizzas la cubrió con tomate y queso; a la
otra con tomate, cebolla, setas y queso; y a una tercera muy
pequeñita la preparamos con tomate, pimiento verde y queso. Para
chuparse los dedos!
Y llego el domingo y con él la hora de
emprender el regreso. Pero primero disfrutamos de un desayuno con
café, bizcocho y tostadas de pan casero (sabía mejor aún que el
día anterior), y de un par de programas del canal Cocina. Hubo
críticas, risas y unos cuantos comentarios nada amables para con los
cocineros –presentadores ja,ja,ja,ja ( ya nos sentimos las
mejores).
Un manto de nubes grises, una fina capa
de lluvia, abrazos, besos y promesas de volver a encontrarnos. Atrás
dejamos este lugar único, lleno de encanto, tranquilidad, naturaleza
y aire puro. Volvemos felices, seguimos aprendiendo, compartiendo,
conociéndonos y fortaleciendo esta amistad y este proyecto en común
que es nuestro blog.
Quiero agradecer nuevamente, y antes
que nada a nuestros anfitriones, decirles que nos hemos sentido muy
cómodas y hemos disfrutado intensamente de este fin de semana tan
diferente.
Y decirles GRACIAS una vez más a
Susana y a Sandra. A la primera por compartir con nosotras esa
familia tan maravillosa que tiene; y a ambas por el amor, la
paciencia, la generosidad y esta oportunidad que me dan de seguir
descubriendo la España profunda con sus gentes, sus costumbres, sus
sabores. GRACIAS por sacar lo mejor (bueno, a veces también lo peor
ja,ja,ja) de mí, por convertirme en una INVITADA y COMENSAL más de
esta fiesta que es la VIDA.
Hasta la próxima…